
Ansar debió pensar que todo el mundo le quiere. Ansar debió pensar que en su campaña de impartir justicia, que en su evangelización de rojos y ateos, que en su aventura vital de acabar con el mal(entendiéndose mal por todo aquello y aquellos que no comulgan con él)no podía haber nadie que no le quiera. Que no puede haber nadie que no le grite: ¡presidente!, que no bese por cada una de las baldosas por las que él camina.
Ansar sigue defendiendo la legalidad de invadir Irak, sigue enrocado en su feliz e infinita idea del que imagina vivir en una mayoría absoluta eterna. Y de repente, el sonido de los gritos que le increpan, cual despertador demoníaco en una madrugada de frío invierno, le devuelve a la realidad terrenal. A esa realidad de tener que seguir combatiendo el mal a punta de "peineta"....
Ansar, haznos un favor al resto de mortales...retírate de la vida pública, llevate a Anita a pasear los domingos por el Retiro, cuéntales tus batallistas a las palomas,y por favor, no vuelvas más....